a ventiscas tu no-imagen casi amada
me atrapa lúcida intensa
entre uno y otro omóplato encerrada
cuanto más me araña el frío
más tristeza desearía
desnudarte de tus capas
y
mañana comienza diciembre
y mañana comienza diciembre
páginas 280/281
-¿Usted no esquía?- le pregunté intentando dar a mi voz un tono natural.
El alzó la cabeza despacio. Con cara de estar pensando: "no sé por qué, pero me ha dado la impresión de haber oído soplar el viento a lo lejos". Me clavó aquellos ojos suyos. Luego sacudió la cabeza en silencio.
-No, yo no esquío. Me basta con estar aquí leyendo mientras contemplo la nieve- Sus palabras formaban una blanca nube parecida al bocadillo de un manga. Yo pude ver las palabras, tal y como lo digo, con mis propios ojos. El les quitó la escarcha frotándolas suavemente con el dedo.
Yo ya no supe qué añadir a continuación. Me ruboricé y me quedé allí plantada. El hombre de hielo me miró a los ojos. Me pareció verlo sonreír por un instante. Pero no estoy segura. ¿Había sonreído realmente? Quizá sólo me había dado esa impresión.
Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami
de regreso de los cálidos
de regreso de los cálidos
desconocidos
me sorprendo
con la niebla
entero hielo que aún nos sigue
aquí
ayer pensé que la portaba yo conmigo a modo de irreversible perfume
hoy me ha parecido verte solidificándola con un conciso gesto de tu cuello
mañana tal vez estos sentimientos ciegos me describan por fin el paisaje
en el que
lo que se me antojaba un fenómeno atmosférico
consiste en realidad en la combustión
de las palabras que te lanzo
y tu magnífico silencio
en desconexión
página 279
El hombre de hielo era alto y sus cabellos, a ojos vista, rígidos. De cara parecía joven, pero su pelo, tieso como el alambre, estaba entreverado de algo blanco como la nieve cuajada en el suelo. Sin embargo, dejando eso aparte, su aspecto no difería apenas del de un hombre normal. No se le podía llamar guapo, pero, según cómo te lo miraras, tenía un aire muy atractivo. Había algo punzante en él que se te clavaba muy hondo en el corazón. Y ese algo residía, especialmente, en su mirada. En sus ojos silenciosos y transparentes que centelleaban como un carámbano en una mañana de invierno. Aquellos ojos parecían poseer un destello de vida verdadera dentro de un cuerpo transitorio. Permanecí unos instantes allí de pie, contemplando desde lejos al hombre de hielo. Pero él no alzó la vista ni un solo instante. Siguió leyendo el libro, inmóvil, sin hacer ningún movimiento. Como si estuviera convenciendose a sí mismo de que estaba completamente solo.
Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami
tal vez tengas
tal vez tengas
un correo ligero
en tu alforja de
un correo no deseado sincero
veloz como las patas
de tu caballo
negro
otro viernes (o de cómo helar un corazón en medio del monzón)
Cuando estaba embarazada de un mes, el padre de mi hija, enfurecido, yo diría que colérico, arrojó su máscara al suelo y sentenció:
-No pensarías que te saldrías con la tuya. Lo he hecho bien. Ningún hombre querrá hacerse cargo de tu hijo de otro hombre, ahora con este hijo nadie querrá que seas su mujer, no serás de nadie nunca más, sólo mía.-
A mí se me heló el corazón, aún hay pedacitos de él que conservan el rigor de la muerte.
Retorcido mi cuerpo por los vómitos constantes, no supe ya si la intensa náusea era orgánica o del alma, mientras me encogía sobre mí misma en el suelo de una cabaña perdida sobre el arrozal.
conversación bajo el edredón III
-Cada día tienes los ojos más bonitos y brillantes-
-¿Cómo puedes saberlo?.Estamos espalda con espalda- dijiste
-Los tengo aquí, entre mis dedos,... me los he encontrado antes en el quicio de la puerta-
reí
-Gracias, ahora te veo más enfocada. Entonces, ¿qué decías de sentirme?-
conversación bajo el edredón II
-Tuviste que notarlo-
-Claro que sí, me estuviste abrazando por la espalda toda la mañana...- dijiste
-No podía hacer otra cosa... oye, ¿no te parece que ya es hora de que lavemos los coches?- reí
-Efectivamente, y tápame un poco más, la lluvia me está mojando-
conversación bajo el edredón
-No entendí nada de aquella carta sobre Sicilia- dijiste
-Yo tampoco- reí -pero no hacía falta, solamente sentir... por cierto, fue buena idea colocar ya el edredón-
-Lo sé, hacía tiempo que te notaba los pies congelados-
tal vez pensamos demasiado
Después de muchas palabras y 25 hojas, Descartes escribió que la felicidad es un asunto de los sentidos. Ver, oír, tocar, oler, saber con la lengua: esa es la felicidad. Después, Descartes escribió muchas otras hojas llenas de palabras, lo que es una lástima porque ya había llegado a la verdad en la página 25.
Sí, la felicidad más sencilla, y más feliz, es sentir con los sentidos. Pensar con los ojos y la piel y la lengua y las narices y el oído.
La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, Sabina Berman
entre la rabia y lo zen
me perdí en alta mar
entre las siluetas negras de textura amarga
solamente vislumbré tu belleza extrañada,
no supe si era una señal
la inmovilidad de tu pupila
o aburrimiento,
me perdí entre la rabia
de perderme o no encontrarte o no abrazarte
llorando con las olas
y no supe ya seguirte sin cortarme con la proa
de esta estrella,
me perdí en la espuma
y no supe ya mostrarte mi sonrisa brillante amante
admirada por la fuerza de la corriente que te empuja lejos
y a mí no me deja acercarme,
por más que nado en impecable croll,
hacia tu lado
me apacigua sin embargo pensar
que tú estás ahí
que yo estoy aquí
en esta inmensidad mojados
untitled III
me molestan
las miradas de los hombres
/sobre mi piel/
la que deseo es
la tuya
en vez de dedicatoria
Con las olas vago y me oculto en el bosque,
en el puro esmalte del cielo aparezco,
la separación podré soportarla,
pero el encuentro contigo, apenas.
Versos de medianoche, Anna Ajmátova
fragmento
...Y me parecían fuegos
que volaban junto a mí hasta el alba,
y no llegué a saber de qué color eran
aquellos ojos extraños.
Alrededor todo temblaba y cantaba,
y yo ignoraba si eras adversario o amigo,
si era verano o invierno.
Anna Ajmátova
el príncipe y el guisante
el príncipe no hizo caso de aquella sonrisa encantadora y deshilvanada,
se preocupó por no haberla visto llorar en los últimos cien días
y le hizo un regalo, la hoja de guisante verde
que crecía a la intemperie en su corazón
ella pudo por fin sacudirse las lágrimas que ahogaban su maravilloso vestido azul
y pensó, "he aquí un príncipe verdadero",
mientras guardaba la hoja de guisante verde
entre su lengua y el paladar
el laberinto de cristal
la distancia se hace escarcha
doble de repente
al tropezar mis rodillas
en el reflejo escondido de tu alma
caminabas hacia adelante
y yo hacia atrás o viceversa
en este laberinto
de cristal
que tenía una sola hoja
que se vuelve más gélido bifurcado entreverado
y ya no acierto a desprender tu indiferencia de mis manos
estoy tan cansada
-¿No has visto pasar a la Muerte con mi hijito?-
-Sí -respondió el zarzal- pero no te diré el camino que tomó si antes no me calientas apretándome contra tu pecho; me muero de frío, y mis ramas están heladas.
Y ella estrechó el zarzal contra su pecho, apretándolo para calentarlo bien; y las espinas se le clavaron en la carne, y la sangre le fluyó a grandes gotas.
Historia de una Madre, H.C.Andersen
ni cuatro palabras
ni cuatro palabras podría hablarte
de literatura,
no sé nada
sobre filosofía,
ni siquiera, si me apuras,
del arte
podría, en cambio,
contarte de escalofríos
ante los colores de Rothko,
preguntarte por el objeto de mi vida (¿tú lo sabes, cierto?),
o
confesarte mi amor
a los ocho años
por las dolientes almas de Andersen
el bisel
fíjate bien,
sobre mi mejilla derecha
aún lucen
púrpura y miel calientes
los rígidos surcos
mordidos por
tus aristas
nubes blancas
jamás una frase tan corta
tuvo tantos significados,
caracteres tan ordenados
lectura tan obtusa,
me pregunto si he perdido
entre otras
nubes
la tempestad de escuchar
por fortuna conservo el don
de leer el futuro
en las curvas de las líneas
blancas
de tus uñas
la cueva de garfio
mami quiero una espada
la de pite pan
para matar
mostros fastamas y a gafio
ríe salta
yo sepultada bajo la montaña de cojines almohadas oscuridades frías
pienso que me quedaría
aquí abajo
para siempre
un regalo para tí
cuando por fin reúno calma suficiente
para hablar te
vas
no sé si te llegó mi
pequeño beso
de papel
o la de la limpieza lo acabó arrugando
te regalo una
canción
yo lo que siento
hoy es
tristeza
poemas, patatas
La palabra, definiendo, amordaza; el verso trazado
destierra a sus iguales más vaporosos, y medra, asesino,
en organizaciones que los versos imaginados
tan solo pueden rondar como fantasmas. Recios como las patatas,
como las piedras, sin conciencia, la palabra y el verso se resisten,
ceden bien poco. No es que sean burdos (aunque
con frecuencia luego haya que modificarlos
por delicadeza o equilibrio) sino que continuamente
me dan menos de lo que deben: por una razón
o por otra, continúan decepcionándome.
Antipoética, antipictórica, la patata, en cambio,
apiña sus nudosos marrones en una página
inmensamente superior; y también la piedra roma.
Sylvia Plath
de virtudes, defectos, horóscopos y derrotas
confundo fe
con terquedad
frustración
con esperanza
que transforma tu gesto serio
en -casi- una sonrisa
que a pesar de todo imagina posible
algún día quizás tal vez
cambiar este páramo
por fértil comunicación
-o comunicación al menos-
confundo defectos
con virtudes
designios
con sueños
que trastornan mi equilibrio
y como -buena- aries
ciega a la derrota evidente desahogo
esta perenne impaciencia
riéndome de mí misma
mientras olvido comer
-antes de mi clase de pilates-