instantánea navideña

jueves, 23 de diciembre de 2010 by elena sol

Oculta en la calle oscura, preparo el trípode y espero: es esta la fotografía que quería tomar.

Están sentados en la acera, ella se abraza las rodillas porque siente frío por dentro, mientras mira sin ver la luna llena desenfocada por la humedad de la noche; él, con las piernas estiradas, observa más bien algún punto del asfalto. Pierdo la cuenta de los cigarros que no termina.
Están hablando, incluso ríen a ratos, pero por las posturas de sus cuerpos y las miradas concentradas sé que puedo respirar ese algo indefinible que estaba buscando y que está ocurriendo, ahora mismo, delante de mi cámara.
No consigo oírles, pero diría que ella escucha confusa, porque cuando él, sin pestañear, los ojos bien abiertos, parece decirle que no siente absolutamente nada, por su rostro veo que sabe que él es sincero pero no deja de sentir que eso no puede ser así.
El me fascina, enciende el mechero una y otra vez  -tal vez tenga que hacer más de una toma para captar su resplandor interno e intenso-  mientras le habla sorprendentemente tranquilo.
Es desconcertante, por cómo se mueven sus manos y los gestos de sus caras, diría que se acaban de conocer; sin embargo, un no sé qué extraño en la escena me indica que esto no es un comienzo, o que puede que se conozcan demasiado bien aunque ambos parezcan querer ignorarlo.
No sé muy bien cuál de los dos mira con más compasión, comprensión o nostalgia al otro.
Por detrás de ellos se escabulle un gato, pero ellos no lo advierten, casi parece que floten sobre el bordillo y llevan allí ya más de una hora.

Voy a intentar acercarme un poco más, no creo que me vean.

Se levantan al fin, y se despiden como si acabasen de tomarse ese café que nunca se llegaron a beber juntos.
El sube a su coche y el cristal me impide ya del todo fotografiar sus sentimientos mientras se aleja.
Ella baja la ventanilla del suyo, y consigo una imagen buena: está sonriendo y pensando en voz alta.
Piensa en su asombrosa capacidad para ignorar la tristeza y preferir la doliente belleza de haber podido llegar el uno hasta el otro por dentro, aún en el rechazo.
También piensa en la felicidad que le produce sentirse conmovida por este hombre poco claro y que sin embargo a ella le parece tan hermosamente transparente en sus sombras.
Luego se marcha con la música tal vez demasiado alta.

Yo me quedo un momento sentada donde ellos estuvieron, contemplando la misma luna húmeda. Luego recojo mis bártulos, reviso rápidamente el material y me marcho preparando mentalmente mi próxima instantánea.

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