el tubo

domingo, 10 de octubre de 2010 by elena sol

Definitivamente tenía la mirada triste.

Supongo que tendría algo que ver con el angosto y larguísimo tubo. Debía de ser muy profundo, tal vez llegase al centro de la Tierra, porque pasaban horas desde que le perdía de vista hasta que las primeras burbujas aparecían de repente sobre la negra agua helada. Después sus ojos cansados-exhaustos-moribundos. Definitivamente opacos.
No recuerdo el tiempo que pasaba allí sentada en el suelo, esperando algo diferente, un destello en esos ojos grises, un movimiento no rutinario, un leve sonido. En esos días inquietos, yo andaba dormida-ausente-sonámbula , concentrada solamente en la espera. A veces conseguía, con mucho esfuerzo, levantar la pesada tapa de cristal de la alcantarilla, y le lanzaba pedazos de pan. Entonces creía percibir algo de desdén en su mirada y corría avergonzada. Tardaba en volver, desanimada y cautelosa.
Un día, agotada de observarle, me arrodillé junto a la abertura del angosto y larguísimo tubo. Y metí la cabeza sin pensármelo, con los ojos abiertos, y la nariz y la boca. Me miró interrogante, sorprendido por aquella intromisión deliberada. Se limitó a decir: -Tengo frío-. Alargué los brazos, mechones de pelo pegado a la cara, escalofríos en el cuerpo, y logré estrecharlo contra mi pecho, las manos agarrotadas por la negra agua helada. Su piel era lisa, resplandeciente, y sonreía.
Corrí tropezando hacia la casa, subí resbalando por los escalones y abrí de un empujón la puerta de la cocina. Mis padres y mis hermanas estaban comiendo. Las cucharas quedaron suspendidas en el aire. Yo senté a mi delfín en una silla y le dí una cucharada de sopa caliente.

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