siempre es verano,
recortes de azul sobre mi cama
llena
de sonidos olores de mañana de ayer
con cada mirada vacía voy muriendo
una cualidad,
capas de piel yerta se deshacen
bajo los rayos de ese sol
en mis pestañas heladas de sal
recogida de mi amado
océano
atlántico
(mi habitación de sol)
es el destino que se burla de mí
te lo ví antes que tú
y reinventé tareas de funambulista cada día
cada hora
ahora sólo queda sumergirme desnuda
por destino o elección manos atadas
en este tanque negro asfalto líquido
que calcine piel y huesos
para que dolor de oídos-ojos-vísceras
vuelva apenas soportable el desgarro
de mi pequeño
más pequeño
yo
interior
el amor
En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
- ¿Te han cortado?- preguntó el hombre.
- No-dijo ella-. Siempre he sido asi.
El la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta.
Dijo: - No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa-.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reirse, cuando el le decía:
- No te preocupes-.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en la hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
- ¡Lo encontré! ¡Lo encontré!-.
Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.
- Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.
Eduardo Galeano
veo nubes
a la vuelta veo nubes
como alas expulsadas de mi cielo
arrancármelas
esas alas que atenazan con su tristeza mi cuello alargado
arrancármelas
llenas de lodo
cantora nocturna
La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul,
hay un caballo blanco, hay un corazón verde
tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto.
Expuesta a todas las perdiciones,
ella canta junto a una niña extraviada
que es ella: su amuleto de la buena suerte.
Y a pesar de la niebla verde en los labios
y del frío gris en los ojos,
su voz corroe la distancia que se abre
entre la sed y la mano que busca el vaso.
Ella canta
Alejandra Pizarnik
barnices de singularidad
lo sé que eres bello lejano
por voluntad
yo me despojo sin titubeos
de mis adornos corazas reflejos
en un lacerante esfuerzo por llegar a tu dolor
me desprendo de todo orgulloso
barniz de singularidad
y te toco con el ala gris humo
más débil
de mi alma
de lecciones y calcetines
y aprendí algunas lecciones
porque todo lo mucho que me queda por decir
no más lo gritaré más contra el viento más
bastante me azotó ya en lo labios descarnados
con su desdén
hablemos si quieres de otros temas,
como la pelusa que se forma en los calcetines nuevos
aún sin lavar
dones que no sirven para nada
me pregunto para qué me sirve a mí
este don,
sin verte sentirte
pasar a mi espalda ayer
caminar unos pasos por detrás
/hoy/
el mismo día
repetido
de hace un año